Synechdoque New York, el verdadero viaje hacia la esencia

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Charlie Kauffman ha sido guionista de increíbles films como «Magnolia«, «El Ladrón de Orquídeas» y «Eterno resplandor de una mente sin recuerdos«. Impecable en todas sus formas, logró estructuras limpias en historias que dificultaban tal limpieza. Pero de la mano de grandes directores, supo generar los tiempos necesarios, así como darle la profundidad perfecta a cada uno de los personajes.

Y el pasado año debutó como director de un guión personal, del cual ya realicé una reseña por aquí hace un tiempo, llamado «Synechdoque New York«. Película de la que, admito, esperaba realmente mucho. Y sin duda, logró satisfacer toda espectativa en mi, alcanzando el ansiado título de sublime.  Poco sencillo resulta convencer al lector de que un film tiene verdadero valor poético, así como narrativo y cinematográfico. Pues es preciso que en éste caso se confíe ciegamente en mi palabra. Y es que la explotación del preciosismo de la metáfora en pantalla, más la profundidad de personajes tristemente solos, tristemente resignados en un idealismo que se escapa de lo esencial. Y sólo él, un protagonista interpretado por Philip Seymour Hoffman, es quien realmente está viviendo y muriendo en una consideración de la vista, de lo visto y de la visión recibida, que se pierde en la contradicción misma que el temor infiere en el ser.

Pero la poesía no conoce las barreras del pánico, y aún en un desgarro esencial es que inunda al ser de la simplificación de lo universal, que va de la mano de lo limitado. Porque ésta tierra material se ve obligada a aferrarse a lo recortado, a lo momentáneo, al devenir mismo de un tiempo que nos va matando, de a poco, o muy velozmente.

Todo ésto recorre el film, la vida y la muerte, el arte y la muerte, el amor y la muerte, y la soledad y la soledad, y luego la muerte. En una exquisitez quizá pretendida es que enumero las películas que forman parte de mi top ten. Pues bien, esta ingresa en la lista, muy cercana a los primeros puestos. Porque hoy no hay film que desnude tanto al tiempo, y a lo humano, como Charlie Kauffman lo ha hecho.


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