Entrevista a Lucía Puenzo, Inés Efron y Emme, directora y protagonistas de El Niño Pez

Sandra Commiso reunió para el diario Clarín a la cineasta Lucía Puenzo y a las actrices Inés Efrón y Emme, para desentrañar los secretos de El Niño Pez.

Tras su paso por el BAFICI y su reciente estreno comercial, el segundo film de la joven Puenzo aborda la relación entre una adolescente y una mucama paraguaya que trabaja en su casa, que se ven envueltas en un misterioso crimen. La trama entrecruza distintos géneros, desde el policial hasta elementos de road movie, hasta desenbocar en un gran final.

La dupla actoral compuesta por Inés Efrón y la debutante Emme aporta un gran trabajo para sostener un clima de gran tensión general. A lo largo de la nota, directora y actrices repasan la personalidad de los personajes, la relación entre ellas, el debut cinematográfico de Emme, de tabúes cmo el incesto y de las leyendas guaraníes que aparecen en la cinta.

La entrevista completa, a continuación:

Los personajes de Lala y la Guayi guardan tantos secretos que uno nunca termina de descubrir cómo son, además porque parecen guiarse únicamente por la pasión y nunca con la razón…
Lucía:
Totalmente. Creo que la presencia de la leyenda del niño pez en el lago, todo lo relacionado con el agua y lo que está por debajo de la superficie, está ligado más a lo emocional que a lo racional, es algo muy del mundo femenino. Y el encuentro de ellas dos es desde ese lugar, donde se les mezclan todo: su relación es erótica, maternal, amistosa. Las sobrepasa el vínculo. Además, me interesaba acompañar a Lala de la mano, no quería que el espectador supiera más que ella, sino que fueran a la par en la confusión. Porque cuando hay más distancia, uno tiende a juzgar a los personajes y no me interesaba tener una mirada distanciada, juzgarlas. Sí, poder entenderlas. Las dos tienen secretos muy pesados y aún así era importante que no fueran señaladas con el dedo y las pudieran querer aunque sea incómodo.
Emme: Para mí lo más importante era eso, entender cómo era la Guayi y no juzgarla. Creo que la única razón que las guía a las dos, lo que es la razón de ser de ellas, es el amor que sienten.
Te tocó un personaje fuerte para debutar en cine.¿Cómo lo encaraste?
Emme: Con Inés nos preocupamos mucho por armar el vínculo entre las dos. Desde la primera vez que leí el guión, me imaginé a la Guayi: chiquita, en Paraguay con su mundo; frágil y fuerte a la vez. Ella sigue su instinto y se va sola con su cuerpo que es lo único que tiene: es su casa, su prisión y su arma también. Con Lala, de alguna manera, se permite ser la madre que no pudo ser y la que no pudo tener. Por eso es tan fuerte el vínculo, más allá de lo erótico. Y sus mundos terminan pareciéndose.
Inés: Es que Lala, que aparentemente tiene todo, termina sintiéndose sola. Pero después se va descubriendo a sí misma y hasta a mí me asombra todo lo que es capaz de hacer. Lo fui entendiendo de a poco; además yo entiendo el 50 por ciento de un personaje cuando veo la película, siempre.
¿Y qué descubriste de Lala?
Inés
: ¡No podía creer que yo le hubiera puesto el cuerpo a todo eso!
Lucía: ¡Lala es una heroína, hasta se anima a enfrentarse a los tiros! (risas).
Es un personaje que sufre una gran transformación…
Lucía:
Sí, incluso, en la escena en que ella se corta el pelo, lo hace de verdad y tuvimos que filmar pensando en antes y después de ese momento. Para Inés fueron como dos rodajes.
Inés: A partir de ahí, hay un quiebre y Lala se masculiniza, adquiere más fuerza. Es como si se sacara un peso de encima. Y también es simbólico porque su melena larga y rubia marca su nivel social.
En la película se alude directamente al tabú del incesto, ¿cómo lo trabajaron?
Lucía:
Los vínculos incestuosos son tan comunes en Latinoamérica, la cantidad de casos son infinitos, están incluso aceptados, o se mantienen sotto voce, lamentablemente no son una rareza. Es curioso que no se haya tratado más en el cine, salvo en pocos casos o de manera indirecta.
Pero en tu película, ese tabú lo sobrevuela todo.
Lucía:
Sí. Entre padres e hijas hay dos vínculos muy simétricos de las chicas y sus respectivos padres. En realidad tiene que ver con esta relación tan simbiótica entre ellas, que llega a ser espejada. Además, quería trazar un perfil ambiguo de esos padres, correrlos del estereotipo. Son seres siniestros pero pueden ser seductores a la vez, eso es lo más pertubador de ellos.
Arnaldo André interpreta al padre de la Guayi, ¿pensaste directamente en él para el personaje?
Lucía:
Sí. En la novela había un hermano en vez de un padre, pero después decidí cambiar y hablé con él. Cuando Arnaldo aceptó, lo reescribí para él, pensando en un galán fuera de su esterotipo. Es muy interesante lo que él hizo.
Estas relaciones además están marcadas por el poder y empujan al crimen.
Lucía:
Trabajé mucho las relaciones de poder, sobre todo dentro de la casa. Muchas veces, en ciertas relaciones uno cree que las cosas son de una manera y en realidad son lo contrario. La Guayi es quien en realidad, a pesar de ser la sirvienta, la que maneja los hilos de la casa. Cuando, en una cena familiar, canta en guaraní, no lo hace inocentemente.
En medio de esa sordidez y oscuridad con la que se enfrentan los personajes, hay también un mundo onírico, de leyenda que funciona como refugio.
Lucía:
Algo así. El viaje de Lala a Paraguay es como una espiral que se deshace, es casi simbólico, en busca de la leyenda que ellas se crearon para sí mismas. En ese lugar, junto al lago Ypoá, el límite entre lo real y lo imaginario, se desdibuja.


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