Ya desde el título y la presentación de los créditos, se intuye que en los próximos minutos vendrá una catarata de sangre. Y no nos equivocamos para nada. Blood On The Highway es una muestra del nuevo y más delirante cine clase Z norteamericano, claramente independiente y de bajo presupuesto, filmada sin ninguna otra pretensión que la de divertir y divertirse.
La historia es más que simple: tres adolescentes (el muy pocas luces Sam, la novia de éste, Carrie, y el amante fortachón de ella, Bone) se embarcan carretera adentro rumbo a un concierto que promete descontrol. En el camino, tras arruinar el mapa de la manera más repugnante posible, se pierden y van a parar a Fate, un pueblito invadido por numerosos vampiros-zombies.
Los muertos vivos no tardan en atacar, y en medio de la lucha conocen a un sobreviviente (y su singular teoría sobre el origen de los vampiros) que los conduce al único lugar seguro en Fate: su casa. Perseguidos por los chupasangres, se refugian en la residencia del hombre, el cual convive junto a su vigésima esposa y un joven adicto al sexo. Atrapados dentro de la residencia, intentarán escapar sin ser mordidos por los no muy lúcidos vampiros.
La línea argumental no se mueve de esta premisa, con el triángulo amoroso entre los tres protagonistas como telón de fondo. El guión está cargado de chistes que transitan el humor negro y comentarios sexuales de todo tipo. Los FX, sin ser nada del otro mundo, cumplen y funcionan bastante bien.
El apartado actoral no merece grandes comentarios. El nivel del trabajo hecho por el trío protagónico compuesto por Deva George (Bone), Robin Lierhost (Carrie) y Nate Rubin (Sam), como el del resto del elenco, debe analizar en función de la propuesta de la película, que en ningún momento se toma en serio.
Una curiosidad es la escena final en la que aparece Nicholas Brendon (Xander, el amigo looser de Buffy en la popular serie televisiva de Joss Whedon), interpretando a un vampiro muy particular. A esta colaboración, se le suma el notable parecido de Robin Lierhost con Sarah Michelle Gellar, coincidencias que terminan siendo un guiño para los fanáticos de Buffy.
También en los últimos minutos se desliza una pequeña y sutil burla (crítica?) a la sociedad de consumo, poniendo el acento en las corporaciones que contratan adolescentes para consumirles la vida.
La película fue rodada en Texas, Estados Unidos, por la dupla Barak Epstein y Blair Rowan, nombres de experiencia en el cine de género. El guión fue escrito por Chris Gardner y Blair Rowan y en el montaje colaboró uno de los actores, Deva George (Bone).